El aumento sostenido de casos de violencia intrafamiliar en Paraguay responde a un complejo entramado de causas.
Desde la Unidad Especializada de Lucha contra la Violencia Familiar del Ministerio Público, la psicóloga forense Karina Pérez Ortega expone cómo influyen los estilos de crianza, el uso sin control de internet, las adicciones y la cultura patriarcal en la normalización del maltrato dentro de los hogares. Además, plantea líneas de acción para prevenir que la violencia siga reproduciéndose como parte del entramado social.
Una problemática que crece y se complejiza
La violencia familiar en Paraguay dejó de ser un fenómeno aislado para convertirse en un patrón persistente. Aunque las cifras son alarmantes, detrás de cada caso hay historias marcadas por el silencio, el miedo y la reproducción de modelos familiares violentos.
Según la psicóloga forense Karina Pérez Ortega, integrante del equipo técnico del Ministerio Público, es fundamental mirar más allá del hecho puntual y comprender el contexto social, emocional y cultural que sostiene este tipo de violencia.
“Cada situación tiene matices, pero lo que vemos en la mayoría de los casos es una combinación de factores que van desde la permisividad en la crianza, el escaso acompañamiento a niños y adolescentes, hasta un entorno adulto donde las adicciones y el machismo siguen marcando la dinámica familiar”, advierte la especialista.
Violencia que se normaliza en la cotidianidad
Uno de los factores que más preocupa a los profesionales que trabajan en la atención de víctimas es la naturalización de ciertas formas de violencia, que comienzan de manera sutil y muchas veces se ocultan bajo la lógica del control o de la educación.
“La violencia no siempre empieza con un golpe. A menudo se manifiesta con control, con celos excesivos, con la imposición de roles, con el silenciamiento de la opinión del otro. Cuando esto se da de forma sostenida en un entorno familiar, especialmente frente a niños, se convierte en un modelo de conducta que luego se reproduce”, explica Pérez Ortega.
Detectar las señales es una responsabilidad compartida
Detectar a tiempo una situación de violencia puede marcar la diferencia entre la protección y el deterioro. Algunas de las señales de alerta más comunes incluyen cambios abruptos en el comportamiento, miedo irracional hacia algún miembro del entorno, aislamiento emocional, lesiones físicas recurrentes, evasión al hablar de ciertos temas, e incluso adicciones dentro del entorno familiar.
Estas señales, aunque a veces sutiles, deben ser tomadas con seriedad.
“No se trata solo de observar, sino de actuar cuando se perciben signos que indican sufrimiento, maltrato o desequilibrio en la dinámica del hogar”
psicóloga forense, Karina Pérez Ortega
La importancia de las evaluaciones psicológicas forenses
En el abordaje judicial de los casos de violencia intrafamiliar, las evaluaciones psicológicas juegan un rol clave. No se trata solo de constatar daños emocionales, sino de comprender la interacción entre víctima y agresor, los vínculos afectivos deteriorados y los patrones de sumisión o dependencia emocional que muchas veces perpetúan el círculo de violencia.
Según la experta, estas evaluaciones permiten dimensionar el alcance del daño, brindar herramientas para la protección de la víctima y aportar elementos técnicos fundamentales en los procesos judiciales.
Atención a víctimas de todas las edades y géneros
Contrario a la creencia de que la violencia intrafamiliar afecta solo a mujeres, desde el Ministerio Público se recibe a víctimas de todos los géneros y edades, desde la infancia hasta la adultez. Las intervenciones se ajustan al contexto de cada caso, y pueden ir desde contención inmediata y evaluación psicológica, hasta derivaciones especializadas cuando se requiere atención prolongada o en red.
“Lo más importante es que la persona sepa que no está sola. Que hay una estructura institucional que puede acompañarla y protegerla”, resalta Pérez Ortega.
Causas estructurales: crianza, adicciones y nuevas tecnologías
Cuando se indaga por qué crecen los casos de violencia familiar, no hay una sola respuesta. Pero sí hay una serie de factores concomitantes que se repiten con frecuencia. Entre ellos:
• Modelos de crianza permisiva, donde se carece de normas claras, límites firmes o consecuencias coherentes. Esto dificulta que los niños y adolescentes desarrollen herramientas de autocontrol, respeto por el otro y gestión emocional.
• El uso sin supervisión de tecnologías. El acceso ilimitado a internet y redes sociales, sin orientación ni límites, expone a niños y adolescentes a contenidos violentos, desinformación, relaciones tóxicas y otras influencias dañinas.
• Adicciones múltiples, no solo a sustancias psicoactivas, sino también al teléfono móvil, al juego, a dinámicas de escape de la realidad. Estas adicciones deterioran las relaciones familiares y fomentan la desconexión emocional entre los integrantes del hogar.
“Estos factores, sumados a un entorno social donde aún persisten formas de castigo físico como método educativo y donde la violencia conyugal se sigue justificando en muchos casos, hacen que sea más difícil cortar con estas prácticas”, remarca la profesional.
Educar para prevenir: una apuesta a largo plazo
Frente a este panorama, la prevención debe ser la prioridad, y eso implica un cambio profundo en las formas de educar, convivir y resolver conflictos. Para la especialista, las instituciones vinculadas a la salud y la educación tienen la responsabilidad de transmitir herramientas concretas para fortalecer el diálogo en las familias, promover la resolución pacífica de conflictos y fomentar el respeto desde los primeros años de vida.
Actividades recreativas como el deporte, el arte o la música también juegan un papel importante, al permitir canalizar la energía, construir identidad y generar espacios de pertenencia.
También es fundamental fomentar la confianza para que niños, adolescentes o adultos puedan pedir ayuda cuando las situaciones los sobrepasan. La intervención temprana es muchas veces la única barrera que evita que la violencia escale.
Machismo persistente: un obstáculo que impide avanzar
A pesar de los avances normativos, la cultura patriarcal sigue condicionando las relaciones familiares y sociales. El machismo, entendido como una forma de ejercicio del poder basada en la superioridad del hombre, sigue presente en múltiples formas, cuestionamientos a cómo se visten las mujeres, a su forma de hablar, a su participación en espacios públicos o políticos, o a su derecho a decidir sobre su propia vida.
“En muchas familias, la mujer sigue siendo vista como la única responsable del cuidado del hogar y de los hijos. La ausencia de corresponsabilidad en la crianza no solo recarga a la mujer, sino que impide que los hombres desarrollen vínculos sanos con sus hijos”, explica Pérez Ortega.
¿Qué hacer ante un caso de violencia?
La psicóloga enfatiza que ante cualquier sospecha o confirmación de un hecho de violencia intrafamiliar, la acción inmediata puede salvar vidas. Se debe contactar al 911 o a la línea 137, habilitadas para atender emergencias de este tipo. También es vital el acompañamiento emocional y legal por parte de personas cercanas o instituciones que puedan orientar y sostener el proceso.
“El silencio o la inacción pueden ser tan dañinos como el propio hecho de violencia. Acompañar, creer y actuar puede marcar la diferencia entre una vida atrapada en el miedo o una oportunidad para salir adelante”, concluye.
Fonte: Paraguay.com